Con una corbata no se hacen torniquetes en los hospitales; ni sirven para proteger del coronavirus a los sanitarios; ni se amortajan a nuestros mayores muertos en las residencias. Con una corbata no se salva al mundo del virus mortal. Ni se llenan las neveras de nuestros autónomos. Pero las formas son a veces tan importantes como el fondo. Hace cinco años, Pedro Sánchez, entonces solo secretario general del PSOE, realizó una declaración institucional para expresar el pésame de los españoles a Francia por los atentados yihadistas que dejaron 130 muertos en París. Lo hizo de riguroso luto, que incluía una corbata negra, comme il faut. ¿Era la corbata indispensable para demostrar el dolor por las víctimas del país galo? Probablemente, no. Pero al entonces candidato socialista a la presidencia le pareció “adecuado” enfatizar ese pésame. No sobraba esa manifestación simbólica de la solidaridad de los españoles con los franceses. Sin embargo, ahora ha decidido que 20.000 muertos por el Covid-19 (que conozcamos, preparémonos para lo peor ahora que se va a cambiar el método de conteo) no es suficiente motivo para declarar duelo nacional y obligar (y obligarse) a portar el luto en señal de respeto y ordenar que las banderas ondeen a media asta. Iniciativa que sí ha tomado la Comunidad de Madrid, donde todos los días se guarda un minuto de silencio y las enseñas que ondean en sus organismos autonómicos lucen a media asta.
En España, el Consejo de Ministros es la autoridad que puede decretar el luto para todo el territorio nacional, con su correspondiente publicación en el Boletín Oficial del Estado. Sánchez ya lo hizo en homenaje a Alfredo Pérez Rubalcaba, fallecido hace ahora un año. O anteriormente, Zapatero lo decretó por la pérdida de Leopoldo Calvo-Sotelo (2008) y Rajoy, ante la muerte de Adolfo Suárez (2014). En los tres casos, más que justificado. Por eso atruena mucho más el silencio por la tragedia actual. Es más, Sánchez parece haber desempolvado sus más coloridas corbatas para dirigirse al país en el ¡aló presidente! de los fines de semana. Tan aficionado este gobierno a los lacitos, las insignias, los símbolos progres y tan poco generoso con el duelo de miles de familias… Estorban los muertos en el relato del Gobierno y, si estorban los muertos, mejor no hacer alarde de ellos con ningún símbolo que pueda reivindicarlos. Lo dejó poéticamente escrito León Felipe: “Para enterrar a los muertos como debemos cualquiera sirve, cualquiera…, menos un sepulturero”. Sánchez desentierra la memoria histérica y entierra la Constitución; desentierra a Franco y entierra a hurtadillas los muertos por esta pandemia que se le ha ido de las manos. Dos muestras de su encallecida sensibilidad.
El Rey, al que el Gobierno ha reservado un papel gregario para que no haga sombra al Líder Supremo de La Moncloa, sí comparece siempre con el luto en su atuendo. Salvo cuando viste de militar, estampa que tanto ofende a Pablo Iglesias. (Por cierto, si tanto rechaza que un jefe de Estado ofrezca una imagen castrense, no sé –o sí– qué pensara de sus admirados Chávez y Castro). Pero a lo que vamos: no hay explicación racional para este comportamiento tan poco empático del Ejecutivo. No sé a qué se espera para decretar luto nacional. Ya que ni el Rey de España ni dirigentes europeos como Macron o Conte le inspiran, el presidente podría repasar la historia del siglo XX para ver cómo líderes a los que parafrasea en sus discursos –de forma ridícula, en muchos casos–, sí subrayaron su dolor con corbatas o ropas de duelo. Desde Roosevelt, en 1941, en la declaración de guerra a Japón, hasta el propio Churchill con su famosa pajarita oscura. Nuestro nuevo Churchill a la española, cuyos mensajes sabatinos intentan imitar sin el menor éxito al gran estadista que ganó a los nazis, no sabe estar a la altura de la historia. Felipe VI, sí: Pero no le deja.