Le conocía desde hace muchos años. Cuando lo encontraba en alguna tertulia, en algún programa de radio, me transmitía buenas vibraciones. Sabía que enfrente iba a tener argumentos brillantes, quiebros dialécticos sagaces, inteligencia limpia y moronda. Era un reclamo de alegría. Era una garantía de que no recibiría en respuesta a mis opiniones, ni banderías, ni juicios partidistas, ni razonamientos de trinchera. O sea, cuando José Mari se sentaba a la mesa el periodismo serio y riguroso, lucía de domingo.
Ayer se fue. Se lo llevó el maldito bicho. El maldito coronavirus. Lo que no consiguió la represión franquista ni el fascismo de ETA, que lo encadenó durante años a un escolta, lo ha logrado esta pandemia que nos está encerrando en casa mientras parte de nuestro corazón es enterrado sin duelo. La última vez que lo vi fue a primeros de marzo. Nos reunió María Casado en su programa de “La Mañana” de TVE. Allí tuvimos que hablar del Covid-19 que ya por entonces monopolizaba nuestras vidas. Bromeó con el distanciamiento social y no nos pudimos dar el abrazo de compañerismo que siempre nos guardábamos. Hablamos en las pausas publicitarias de sus clases en la Facultad, de los medios que nos quisieron y un día nos echaron, de la vida, al fin. Siempre con una sonrisa y con un comentario mordaz, era el primero que sabía reírse de sí mismo. Nunca le encontré un mal gesto. Me contó sus años de plomo en la televisión vasca, cuando fue despedido porque los amigos de ETA no le querían ver en la pantalla. Me habló de algunos compañeros suyos que fueron indultados por ser “vascos” y “antiespañoles”, mientras a él lo ponía ETA en la diana, y ahora los ve en las televisiones nacionales haciendo profesión de fe española, con cachés disparatados. Nos reímos juntos del grado de hipocresía al que puede llegar el ser humano a cambio de unos suculentos euros.
Se ha ido José Mari sin cumplir los 65 y cuando todavía recordamos cómo lloró delante de los micrófonos el día que los asesinos etarras mataron a su amigo Joseba Pagazaurtundúa un frío febrero de 2003. Y el periodismo pasa a peor. Faltará su magisterio, del que yo era devota, pero también su sentido del humor, su bonhomía, su compañerismo y su mirada crítica con todo aquel que lo merecía. Trabajó en la tele vasca, en Efe, en CNN, en Cuatro, en Telemadrid, fue colaborador en TVE y profesor de Periodismo, doctor en Ciencias de la Información… y en suma, un hombre bueno, en el mejor sentido de la palabra bueno. Y el exponente claro de que la famosa premisa de Kapuscinski es una verdad como un templo: “Para ser buen periodista hay que ser buena persona”. In memoriam, José Mari.