Sánchez sacará hoy adelante su cuarto decreto del Estado de Alarma, pero cada vez le queda menos crédito. Ya ni sus socios, aquellos que le han colocado en el Palacio de La Moncloa, como ERC, le creen. Tiene un gran problema: desde el PP a los independentistas catalanes, pasando por casi todas las Comunidades autónomas, censuran su falta de diálogo, su nulo deseo de abandonar el unilateralismo, sus modos autoritarios. Y no parece lógico que se hayan confabulado partidos de tan diferente pelaje para esa oposición. Puede que cuando todos van contra ti el problema lo tienes tú, no todos ellos. Y eso viniendo del político que se autotitula el más dialogante de España, pues queda muy pero que muy feo.
Para pedir la prórroga hoy ha echado mano de todo. Desde la emergencia sanitaria hasta la necesidad de mantener el escudo social a los más desfavorecidos. Y en medio de ese tráfago de argumentos, ha sacado a relucir también la violencia de género, como si la vida de las mujeres amenazadas también dependiera de la vigencia del Estado de Alarma para luchar contra el Covid-19.
Siempre fue repugnante el uso que de esa lacra social, el maltrato machista, hacen los políticos. Y muy especialmente los de izquierda, que han sentado una premisa social según la cual la derecha está con los verdugos y ellos con las víctimas. Como si la muerte de las mujeres a manos de sus parejas o exparejas dependiera del color del dirigente que gobierna España. A Mariano Rajoy le cayeron todo tipo de vituperios cada vez que se registraba una víctima, poco menos que parecía que las asesinaba él. Como si la vesania y brutalidad de los asesinos entendiera de creencias, razas, ideologías o cuentas corrientes.
Hoy Sánchez nos ha colado por la puerta de atrás la necesidad de seguir apoyándole para que las mujeres no mueran a manos de sus parejas. Como si un problema de tan gravísimas y profundas raíces se pudiera solucionar con un decreto para parar una pandemia. La falacia es tal que solo se desmonta con un dato: en lo que llevamos de 2020 (bajo su presidencia, ya que le gusta tanto presumir) han sido asesinadas 18 mujeres. Si seguimos la progresión geométrica, cuando acabe el año nos acercaremos a 80 víctimas. Sigamos con el razonamiento de la izquierda: esa cifra pulverizaría todos los record de muertes a manos de violencia machista. Porque en 2017, hubo 44; en 2016, 44; en 2015, 60; en 2014, 54; en 2013, 54; en 2012, 52. Como todos estos años fueron bajo gobiernos del PP, ¿esto quiere decir que gracias a Rajoy bajan las cifras de muertas y por culpa de Sánchez suben? Evidentemente, no. Ni Rajoy, ni Sánchez, ni Zapatero (por cierto, durante sus ocho años se disparó el número de muertes por violencia de género), ni Aznar, ni González… fueron responsables de una sola de esas tragedias. Pero según la lógica socialista, Zapatero y Sánchez se llevarían el terrible honor.
Quede esto dicho para aclarar varias cosas:
- No se debe hacer política con este gravísimo problema.
- No va de ideologías su erradicación.
- Tampoco va de Ministerios de Igualdad —fíjense las cifras que va a tener que afrontar la señora ministra Irene Montero cuando acabe el año.
- El Pacto de Estado contra la Violencia de Género, de 2017, es un buen instrumento para combatirlo. Estaba Rajoy pero tanto da.
- El 016 tiene que seguir siendo el número de ayuda para las víctimas.
- En plena pandemia los juzgados deben seguir abiertos para atenderlas.
- Es un problema social, educativo, de hondas causas, que nos interpela a todos y de forma transversal, puesto que víctimas y verdugos hay de todas condiciones económicas, culturales, de edad o procedencia.
- Que sea la última vez que alguien se arroga la patente de corso para acabar con este problema porque, si se trata de arrojarse las cifras a la cara, los que más hablan son los que más han de callar.