Treinta mil muertos después, una devastación económica como no se conocía en Europa desde la segunda guerra mundial, una depresión social sin precedentes por un virus asesino que nadie vio venir (y algunos no lo vieron ya entre nosotros), los nacionalistas e independentistas han vuelto donde solían (donde libaban): el muerto al hoyo y el vivo al bollo.
Treinta mil hoyos donde verter nuestras lágrimas, donde enterrar nuestra impotencia junto al recuerdo a los que más nos necesitaban y no hemos podido estar a su lado; después de tanto treintamiles, de treinta mil lamentos de treinta mil familias, el bollo para los nacionalistas ya está amasándose.
No es Pedro Sánchez ni el primero ni el único que en el compadreo cede a los soberanistas parte de lo que es de todos para asegurarse la aritmética parlamentaria (danos y danos que por eso no pagamos): antes lo hicieron Felipe González, José María Aznar, Rodríguez Zapatero y Mariano Rajoy. No es el único pero sí el más inmoral. ¿Por qué? Porque este compadreo se produce en medio de una alerta sanitaria. El amor por España de los independentistas es el mismo que el de los monos de Gibraltar.
Ya asomaron la patita cuando hace una semana en la negociación para la quinta prórroga del estado de alarma el brazo amigo de ETA, EH-Bildu, arrancó a La Moncloa la promesa, luego rectificada, de eliminar íntegramente la reforma laboral del PP. Ya me dirá alguien, si es capaz de racionalizarlo, qué tiene que ver la prolongación del estado de alarma para combatir la pandemia de la Covid-19 con la legislación laboral de los trabajadores españoles. Nada.
Ahora, es el PNV, en pleno ataque de celos porque los proetarras se anoten algún tanto con vistas a las elecciones vascas de julio que pueda dañar sus expectativas de renovar Ajuria Enea, el que ha logrado que Sánchez, a cambio de una mamandurria como la de conseguir una sexta prórroga al estado de alarma, les ceda la gestión del ingreso mínimo vital (también a Navarra, comunidad incluida en una negociación con el País Vasco, como han perseguido históricamente los nacionalistas y la propia ETA) y delegue en las Comunidades el final del proceso de desescalada.
De nuevo, el PNV ha hecho caja a costa de la angustia y el dolor de la sociedad española, en general, y la vasca en particular. Es una curiosa manera de entender la política como si fuera un bazar, donde todo se compra y todo se vende… a cambio de votos, el nuevo dinero de curso legal con el que trafican los políticos. Lo bueno es que el PNV en eso tiene un histórico apabullante, digno de estudio en la Facultad de Política como asignatura obligatoria de la política inmoral. Si no, que se lo digan a Mariano Rajoy que hace dos años (justo ahora se cumplen) sufrió en su espalda el acero desleal de Andoni Ortúzar, presidente del PNV, al apoyar éste la moción de censura de Sánchez contra el PP, cuando tres días antes había aprobado los presupuestos de Rajoy y prometido amor eterno. Hay que reconocer que son unos maestros en la traición… y Sánchez también probará de esa medicina algún día.
Los últimos en sumarse al banquete del bollo de los vivos tras la Covid-19 es ERC, con su portavoz Gabriel Rufián a la cabeza. Ha conseguido, a cambio de abstenerse en la última prórroga del estado de alarma (tras haber votado en contra en la anterior), que Sánchez reintroduzca en la agenda política la conformación de la mesa de diálogo. Vamos, en román paladino, que el presidente socialista negocie un referéndum de autodeterminación para Cataluña. La mesa de dialogo, catatónica pero expectante desde que se declaró la pandemia, renace ahora para profanar las tumbas de miles de españoles, y entre ellos, una buena parte catalanes.
El problema de este tráfico de influencias, de esta compra-venta de votos e intereses, no es solo la manifestación de la vileza de nuestra política, sino que el coronavirus ha mandado a la fosa a parte lo mejor que teníamos, la sabiduría de nuestros mayores, su experiencia, su resiliencia después de haber pasado guerra y hambre. Y el bollo con lo que nos quedamos es para repartir con lo peor, con lo más bajuno, con la política con minúsculas, con los mercaderes de nuestra democracia.