La corrupción, como la tinta del calamar, no suele tener compartimentos estancos. Un empresario corrupto suele buscar y rebuscar en cada esquina del poder para sumar apoyos que, a cambio de un puñado de monedas, le engorden su cuenta corriente. La izquierda se ha empeñado en que procedimientos judiciales por malversación queden circunscritos al PP, ocultando así que el botín se lo repartían unos cuantos de variado seso, por ejemplo en Madrid. Y esos cuantos eran del PP, desde luego, pero también del PSOE y de Izquierda Unida.
Al igual que el caso de las tarjetas black —que sindicalizó la corrupción entre las tres formaciones madrileñas y los agentes sociales—, el de la Púnica regó de dinero a los socialistas, que por entonces dirigía ese político con cara de quiero y no puedo ser presidente llamado Rafael Simancas, al que la traición de dos compañeros de militancia—en el tan bien nominado Tamayazo— le imposibilitaron la presidencia de la Comunidad de Madrid y, quizá por eso, desde entonces destila amargura y malos modos por el Congreso, donde es viceportavoz de Pedro Sánchez: buen vocero para tal señor.
Pues sí, Simancas no logró ser presidente pero su partido chupó de la teta de la vaca, según ha denunciado ante el juez, con pruebas documentales, el empresario de la Púnica, David Marjaliza. Atención a este procedimiento judicial que va a sacar a la palestra a muchos alcaldes socialistas —entre ellos Tomás Gómez— y va a poner al descubierto que la FSM de Simancas no era ese inocente partido al que dos diputados corruptos le robaron la presidencia de Madrid, sino un tentáculo del PSOE ávido de poder. Depredadores atentos a la Púnica, donde no solo chapoteó el PP.
La operación Púnica, como antes el escándalo de las tarjetas opacas, abrió en canal el Madrid más siniestro y afloró sus intestinos a la luz pública. Y mientras se destapaban las complicidades inconfesables entre cargos públicos de PP, PSOE e IU entregados a la impostura de guerras mediáticas, se repartían dádivas de empresarios indecentes en largas sobremesas. Una de las anfitrionas de esos almuerzos de manteles de hilo y lenguas largas era entonces pareja de un socialista relevante con mando en plaza en la Comunidad de Madrid, durante los últimos ochenta y primeros noventa. Hoy –cherchez la femme– de aquel matrimonio solo queda un divorcio y la privilegiada testigo de estas reuniones, cuyos secretos valen más que lo que costó el proyecto del Metronorte al Gobierno de Esperanza Aguirre, la cual tiene otra expareja que –oh casualidades– también mandó mucho en el PP. Arrimar la oreja a las confidencias que hace esta dama es una golosina para los gourmets del periodismo: habla y no calla sobre aquellas interminables reuniones, donde se sentaban en amor y compañía alcaldes socialistas y populares con empresarios de postín –como el citado Marjaliza– para hablar de lo divino, de lo humano y de los contratos públicos donde se ventilaban miles de millones de euros.
La «peña» de compañeros –más que compañeros, casi hermanos– de aquellas veladas no distinguía colores ni siglas: responsables de Valdemoro, Torrejón de Velasco, Casarrubuelos, Parla, Serranillos del Valle y otros municipios acudían solícitos al reclamo del mandamás socialista. Los concurrentes se hacían llamar «los alcaldes de la autovía» en referencia a la carretera de Toledo, que comunica todos estos municipios, y cuya nómina –otra casualidad de la vida– ha colocado la Púnica en el mapa de la actualidad. Si había o no intercambio de regalos, favores, óbolos y parabienes, muy bien regados con buen vino y dinero público, solo lo sabe la dueña de aquella casa, absorbente espectadora de conversaciones que harían las delicias de algún sumario.
El primer marido de la mencionada dama calla, pero sabe tanto o más que ella. Su nombre, a pesar de sus vínculos de amistad con muchos de los investigados, no ha salido a la luz. Quizá porque no tiene nada que ocultar. O sí: hace años que se vio inmerso en algún asunto turbio. Ambos podrían contar y no callar sobre los muchos amigos que tenía Tomás Gómez, a la sazón alcalde de Parla en aquellos años en que los alcaldes de la autovía vivían peligrosamente. A muchos de ellos dice ahora no conocer. Pero seguro que si recuerda aquellos almuerzos rememorará los nombres que confiesa haber olvidado. Es tan frágil la memoria. Pero aun así el gusanillo de la curiosidad nos mueve a preguntar a la señora de la casa si en las citadas reuniones de amigos, Francisco Granados era el que traía el vino o el postre.