Ahora, a los madrileños, si una mente razonable no lo impide, nos queda asistir a un sentimiento nuevo, que se ha ido propagando silente durante la pandemia, que es la madrileñofobia. Una fobia a la que están contribuyendo muchos políticos autonómicos, que se emplean a fondo para estigmatizar a los habitantes de la Comunidad más abierta, hospitalaria y menos centralista de España. Precisamente por eso, Madrid ha sido el epicentro del Covid-19 con una puerta, abierta de par en par a los visitantes (sin prejuicio de contagios), que fue el aeropuerto de Barajas.
Madrid es de todos, y desde ciertos nacionalismos se empieza a alimentar el odio contra aquellos que nunca pidieron su procedencia a cuantos gozaron con el Museo del Prado, el Reina Sofía o el Thyssen, disfrutaron del Rey León o del Parque de Atracciones, visitaron el Palacio Real, La Almudena, la Plaza Mayor, El Retiro y el sin par en España Templo de Debod. A todos los que se citaron en la Puerta del Sol para partir a recorrer, gracias a las fuerzas renovadas con la rica y variopinta gastronomía de Madrid, barrios con tanto sabor como Chueca, Malasaña, La Latina o Las Letras, de entre cientos de rincones más.
Sé por experiencias familiares que durante lo más duro de la pandemia, a madrileños que les pilló el estado de alarma en algún lugar de costa donde tenían su residencia de descanso, les tocó aguantar ataques por parte de vecinos que veían en su presencia una amenaza para la salud pública. A estos se les insultaba con una palabra: madrileños, como si dijeran vade retro. Pero lo peor es que a ese desahogo paleto, fruto de la desinformación, se le dé carta de naturaleza por parte de lehendakaris, presidents y reyes de taifas.
Y eso, si no lo evita alguien con una pizca de sentido común y responsabilidad política, pasará cuando llegue la libertad de movimientos, el próximo lunes. Por supuesto que los madrileños, como los gallegos, los valencianos, los canarios y cada quisque, tiene que velar por su salud y la de los demás, extremando las precauciones, porque el virus sigue ahí, pero no aticemos sentimientos innobles, injustificados y peligrosos que sabemos cómo empiezan pero no cómo terminan. O sí, tirando piedras contra sus tejados.
De momento han surgido tres profilácticos defensores de la inmunidad por aislamiento (una autocuarentena) de los visitantes de Madrid. El primero en hacerlo es el presidente de la Xunta de Galicia, el popular Alberto Núñez-Feijóo, que ha puesto en solfa el desplazamiento de los madrileños hacia su Comunidad, una de las más libres del virus, lo que le ha permitido una desescalada más rápida que en el resto de España. Núñez-Feijóo tiene un sentido de Estado que hace incomprensible esa declaración en alguien que parecía tener facultades para presidir el Gobierno. Sobre todo porque hipoteca a millones de madrileños que acudan a las maravillosas playas del territorio que preside y degusten la sabrosa gastronomía gallega.
Y no obviemos a sus compañeros de partido, los presidentes de Castilla y León, Fernando Fernández Mañueco, y de la Región de Murcia, Fernando López Miras, que están en la misma ñoñez incongruente que el gallego de pro. Es comprensible que exijan responsabilidad sanitaria a todos, hasta a ellos mismos, pero abrir esa espita madrileñofóbica es tanto como abrir la puerta para que los Torra, los Urkullu y demás nacionalistas aprovechen la crisis para engordar a los supremacistas y hasta a la xenofobia.