Silencio. En Galapagar hay silencio. Cobijados con la protección que les ofrece ese cuerpo militar que es la Guardia Civil, hasta que Iglesias los confedere como guardias de tráfico, la pareja vicepresidencial calla. En Galicia, queda la nada y en el País Vasco, poco, solo el papel subalterno de Podemos con el partido de Otegi, es decir, que Iglesias después de asaltar los cielos viene a chapotear en los infiernos. Pero después de todo ello solo hay silencio. 

Pablo e Irene saben que mientras haya moqueta ministerial nada está perdido. Que mientras haya agua en la piscina de su mansión, quién se va a preocupar por las mareas gallegas; que mientras haya cloacas en las que refugiarse para tutelar a una exasesora descarriada, quién dijo problema. Tan blindado está el antitecnócrata de Galapagar que allí no se distinguen las voces de los ecos. En esa casa no se oyen los gritos de indignación de las bases, esos círculos que sirvieron para blanquear la hipocresía del proletario de Vallecas, ese émulo renegado, ese quiero y no puedo de Juanjo García Espartero, que terminó con más conchas que un galápago —bajo las que se refugia—, viviendo en un casoplón. Esta pareja ejemplarizante para gente sin escrúpulos, ni siquiera escucha a Ramón Espinar o a Íñigo Errejón, purgados ya por el sumo sacerdote. 

Ya no hay disidentes, ya no hay críticos, solo coche oficial y poder, por alusiones: Pedro Sánchez, que maquilló con un acuerdo vergonzante el desastre electoral de Podemos que viene arrastrando desde hace años, no desde el pasado domingo. Hay en todo esto una suerte de justicia poética. Iglesias soñó con eliminar a Izquierda Unida y quedarse con sus votos (para eso engatusó a Alberto Garzón con una mamandurria de ordeño y mando, y luego lo dejó expuesto ahí, como pensador de Rodin, desnudo y mirando sus bases inexistentes). Pues va a ser que sí. Lleva el camino de quedarse con los 21 diputados de su querido Anguita. Pero ni uno más. 

Lo cierto es que en 2015 Podemos se presentó solo y cuando tuvieron que repetirse las elecciones, en 2016, ya junto a IU, perdieron conjuntamente un millón de votos. Eso demuestra que en política dos más dos, a veces, no son cuatro sino tres (que se lo digan a Casado y a Arrimadas en el País Vasco). 

Hoy nadie saca la cara, ni simpatizantes ni correligionarios, por Podemos. Errejón le ha recordado a su examigo que “Podemos ya no existe, existe una cosa que se llama UP, y que tiene los resultados de siempre de IU”. La arrogancia de Iglesias, su impostura, sus mentiras han acabado con la ilusión de muchos votantes que en Galicia adoptaron esta formación como contrapunto al PP. Y ahora, cuando hay que dar la cara, solo hay silencio. Mientras haya corifeos que aplaudan al vicepresidente y a la ministra (previa nómina, pública, claro) para qué aguzar el oído con deseo de escuchar a los bienintencionados que creyeron en un discurso, trampolín para sus élites, hoy hecho patraña que ni siquiera consuela a los seguidores. En Podemos no hay nadie que le diga al rey que está desnudo porque su destino es el destierro, como en la Edad Media. Errejón, Espinar, Bescansa, Alegre y tantos otros podrían escribir una tesis al respecto.

Podemos continuará mientras sean las andas, los bufones, la voz de la inconsciencia del Pedro Sánchez de Moncloa. Más allá, no hay nada. Pero Iglesias y el presidente se necesitan en tanto el partido del primero, que ya no es más que el círculo de poder madrileño del líder de Podemos, sin ninguna estructura territorial, sin ninguna masa crítica, sin ninguna capilaridad en el resto de España, siga en pie… hasta que las moquetas aguanten.