Una historia para no dormir

Unir a estos dos personajes, Pedro y Pablo, fue un gran acierto de la Factoría Elecciones  Inverosímiles. Estos cavernícolas con ínfulas de modernidad nos amargan los días con sus sketches sobrecargados de banalidades y cosas perniciosas para el común de los decentes sobrevividores españoles. Sus diálogos, sus ocurrencias insustanciales, que han resultado ser el pan duro nuestro de cada día, nos inhiben de tal manera de las cosas serias, importantes y trascendentales de la vida, que sería imposible desear nada peor como penitencia al más grave de los pecados: el aborregamiento.

Pedro es un insufrible petimetre que dedica su inestimable (no por valioso) tiempo a su ego, retroalimentándose de lo que hay en su menguada facha, nada más. No hay más. Le gusta destacar, sobresalir, y por eso formó comandita con ERC (Españoles Resistentes a la  Concordia) y EHB (Españoles Hueros de Bonhomía), tan insignificantes ellos, pero que le arrojaron al pozo de sus deseos, para que pudiera ser el primero de la clase: de la clase dirigente, el Pedro Stone de la España cuaternaria.

Pablo, primer espada en su mundo de protesta subversiva, ocupación de cavernas y pastor de perroflautas que, por fin, gracias a él, encontraron su modus vivendi: la desocupación remunerada, es el enemigo íntimo de Pedro, el antagonista de este. Ese es Pablo Marmolillo, de profesión amarguillo.

Ambos, Pedro y Pablo, Pablo y Pedro, tanto incordia incordia tanto, se esfuerzan por destrozarnos la existencia mientras se dedican a las labores propias de su seso, con las esencias que les dio Dios y las prerrogativas que les otorga el cargo. Pedro, el macho alfa para su Vilma, tan disipada ella, coge el falconmovil cuando le pete para ir a hacer bolos que le den imagen y prestancia para su gobernar. Y Pablo, el macho alfa para su Betty, tan beneficiada ella que fue preñadísima de bienestar y poder, aunque al final quedó compuesta y sin novio, que también coge bolos del hábitat de rouresario. Pero cobrando, claro, que tontos no son. Tontos son los que los aplauden porque los aplauden, sí, pero en qué carrillos.