No hay izquierdas ni derechas que puedan con la bonhomía de la buena gente
Desde Caín y Abel (y no voy más allá por respeto a los padres –aunque hoy no se entienda ese detalle) el mundo, la vida y sus individuos, dispares y complejos, están divididos. Y no me refiero a que las personas se reproduzcan por fragmentación, sino que el espíritu (no digo alma por no rozar el Cielo) de la mayoría, se empeña en tener el mismo polo que su compañero, que su vecino, y eso está claro que no les une.
¿Y que tiene qué que ver ese episodio de Caín y Abel con las dos Españas? Pues la verdad es que casi nada –aunque el conseguir un plato de lentejas cada vez requiere más sacrificio. Pero este episodio bíblico me sirve de introito para sacar a colación las dos Españas, las dos Españas reales, sí. No la España de los individuos de derechas y la de individuos de izquierdas, no, sino la España del personal laboral (el funcionario), y la del empleado en una entidad no pública, privada (el currante que tiene que aprobar una oposición todos los días de su vida para que no le echen del trabajo). Luego hay una tercera España, es verdad; un reducto por desgracia bastante amplio, e inservible para la clase obrera, que está mediando, más para dividir que para conciliar, mientras saca tajada de los españolitos de ambas partes (los sindicatos).
Esto viene a cuento de que en estos días de penumbra que preceden a unas elecciones generales escuchas a elegidos representantes de lo que se da en llamar izquierda y a otros, también elegidos, de lo que se da en llamar derecha –sin saber cuál es la amplitud real de cada una de las franjas siamesas que conforma esos conceptos (creo que en muchos sitios la linde entre ambas es una sinuosa farfolla)– y lo único que sacas en claro es que quieren gobernar. Pero cómo, si no saben. Cómo van a saber gobernar si no saben gobernarse. Nos predican ofertando joyas sobre un cajón de gaseosas que luego resultan ser quincalla. Y lo que es peor, no tienen la vergüenza torera de cortarse la coleta cuando no dan ni para un quite. Perdonad por el desahogo. Que más hubiera querido yo que lo que me suscitaran las declaraciones políticas de estos días hubieran motivado una oda, un gaudeamus igitur que me humedeciera los ojos, y no esta inapetencia, esta congoja que me hace llorar. Pero no os amedrentéis, id a votar, a quien queráis, llegaos desde donde estéis para poder votar. Hay que intentar conseguir un noventa por cien de voto; y que gane el mejor, para todo y para todos. Consigamos una España única