De vez en cuando, la vida nos pasea por la calle en volandas. O toma con nosotros café y está tan bonita que da gusto verla. No nos damos cuenta cuando eso pasa, porque siempre queremos más o porque, aunque sintamos la felicidad, nos da miedo decirlo para no romper el hechizo. Pero como en la hermosa canción de Serrat, también de vez en cuando la vida nos gasta una broma y nos despertamos sin saber qué pasa, chupando un palo sentados, sobre una calabaza.

Así estamos desde hace quince días, los que éramos felices y no lo sabíamos, los que teníamos libertad y creíamos que era nuestra, los que hacíamos planes a tres meses vista y hoy tan solo tenemos delante nuestra insoportable levedad y el hogar, esa vuelta al seno materno, al útero, que nos salva de las desdichas del mundo. Como dice la canción de Dani Martín, tan bonita es la vida que a veces se despista y te zarandea para recordarte que eres mortal, para taladrarte en el alma que estás tan de paso como tu padre, tu abuelo o aquel amigo que se fue. Tan bonita que todavía estás a tiempo de, cuando esto pase, saber que al otro lado del balcón hay gente, como tú y como yo; que las manos no solo sirven para aplaudir un gol sino para festejar a un médico, a un camionero, a un policía, a un tendero o a la vida misma. Porque la vida, como recuerda Serrat, a no tardar, tomará con nosotros de nuevo café. Y tendremos que tener bares donde vuelva a salir el sol.