No sé por qué será, o sí, pero cada vez que veo a Pablo Iglesias en la tele, engolando la voz, con cara de tristeza infinita y escoltado por la bandera de España me recuerda a José Mota. Esas apariciones estelares me traen a la memoria sus críticas a España, sus insultos a diestra y siniestra. Pero sobre todo a diestra: su obcecación por demoler el sistema democrático, sus ataques a la Constitución, sus visitas a Junqueras en la cárcel más su apoyo a los que quieren separarse del resto de España. Pero ayer superó todas mis expectativas. Oírle hablar de reeditar los pactos de la Moncloa, a él, que tiene un sentido institucional comparable a mi vocación por la ornitología, solo puede conducirnos a la melancolía.
Si Iglesias es lo más parecido que hemos encontrado a aquel Santiago Carrillo de la Transición, apaga y vámonos. Con todas mis reservas para con el líder comunista fallecido, que tiene episodios biográficos muy oscuros, la sola comparación de ambos, Iglesias-Carrillo, es un chiste propio de Mota. Carrillo nunca cuestionó la integridad de España y, equivocado o aprovechado, cedió en su ideario para llegar a un acuerdo que posibilitara la democracia liberal que todavía disfrutamos, pese a Iglesias. Comparar ese gesto, esa gesta, con la encarnación misma del frentismo y la aniquilación del disidente (Errejón, Bescansa, Alegría, Tania Sánchez…), solo puede ocurrírsele a Pedro Sánchez.
Al ofrecer el presidente del Gobierno reeditar aquellos Pactos de la Moncloa que ya peinan canas (43 años les contemplan), es un nuevo ejercicio de cinismo. Lo primero que sustentó aquellos acuerdos históricos, donde hasta los nacionalistas participaron, fue realizar un diagnóstico común y luego, el primero el Gobierno, ceder para acoger cuantas más sensibilidades políticas mejor, como lo hizo Adolfo Suárez en 1977, con el concurso imprescindible de Carrillo. Lo más llamativo de ahora es que mientras el presidente actual invocaba esos pactos permitía a sus socios de Gobierno y a Bildu tramitar propuestas parlamentarias para despenalizar las injurias a la Corona. Una clara demostración de que pide para sí lo que niega para los demás. Ley del embudo, embudo que terminará coronando su cabeza.
Los Pactos de La Moncloa fueron muy complejos de tejer. La economía de España estaba en números rojos y había que, con espíritu constructivo, transitar hacia una democracia plena. Entonces, se sellaron dos documentos: uno económico y otro político que incluía la supresión del Movimiento Nacional. La Alianza Popular de Fraga, todavía con relevantes figuras del franquismo en su seno, se negó a suscribir el pacto político, pero sí respaldó el económico. Sin embargo, la ola democrática era tan fuerte que no hizo falta la firma de la derecha.
Pero sí fue vital el entendimiento entre socialistas y comunistas, nada cómplices entonces, con una rivalidad larvada entre Felipe González y Santiago Carrillo. Al cabo, se llegó a un acuerdo y se transmitió al país un mensaje muy potente de unidad, demostrando la altura de miras de los partidos para conseguir salvar una situación económica dramática.
Hoy, ni hay esa grandeza de miras ni los protagonistas están a la altura de aquellos. Ni Sánchez es Adolfo Suárez, ni por supuesto Iglesias es Carrillo, ni el PNV y el CiU de entonces son los independentistas xenófobos de ahora. Así que mejor que Iglesias no nos tome el pelo. Mejor haría el vicepresidente social en ocuparse de las residencias de ancianos, de las que dijo que iban a ser su prioridad en la lucha contra el coronavirus, y si te he visto no me acuerdo, porque lo de envolverse con la bandera que ha pisoteado y cuyas ofensas quiere despenalizar, no cuela.