El ministro de Consumo, “sí, te lo juro, Garzón ministro”, como se le llama en el propio Consejo de Ministros ante la estupefacción que causó su nombramiento, es la cuota de Pablo Iglesias en el Gobierno. Impuso a su pareja, Irene Montero, y a su amigo, Alberto Garzón, aquel que le ayudó a acabar con Izquierda Unida, lapidar a todos los auténticos comunistas que había, aquel que le asesoraba en los programas de televisión, aquel, al cabo, cuyos únicos méritos han sido entregar en bandeja a Podemos los votos de gente de verdad de izquierdas, abnegada, de los que se levantan a las seis de la mañana para ir a la fábrica o a trabajar en el Metro y no acaparan ceros en su sueldo a base de conspirar en reducidos y endogámicos grupos universitarios. Vamos, lo que se ha llamado siempre gente de izquierdas, no pijos-progres de quita y pon.
Bueno, pues Alberto Garzón, cuyo Ministerio de Consumo era antes una Dirección General y fue elevada a Departamento ministerial para dotar al ministril liquidador de Izquierda Unida de un juguetito cargado de presupuesto, solo ha tenido dos intervenciones en lo que lleva de ministro, a cuál más “acertada”. La primera para recordarnos que las apuestas deportivas habían bajado mucho durante la pandemia. Lo estentóreo de las risas que provocó todavía se escuchan a mil kilómetros a la redonda de La Moncloa y retumban en internet. Que un ministro nos informe que esas apuestas se han reducido a la nada cuando ¡no hay competiciones deportivas! es un hallazgo tal, que pudimos pensar que jamás se igualaría.
Aunque sólo hubo que esperar unos días. Su segunda puesta en escena (¿qué hace un ministro de Consumo cuando no hay consumo?) ha sido todavía más escandalosa porque esta vez afecta al empleo de millones de personas. Resulta que el ínclito Garzón ha ofendido al sector del turismo (12 puntos de PIB, dos millones y medio de empleos, nos contemplan), diciendo que “es de bajo valor añadido”. Ha sido abandonar su extenuante trabajo para decir tamaña majadería y todo el sector del turismo, el petróleo de nuestro país, ha pedido en bloque que dimita. Otros países tan poco respetables como Francia o Italia no solo no humillan al sector, sino que han destinado 18.000 millones y 4.000 millones, respectivamente, a ayudas. Pero Garzón juega en otra liga, la de acabar con un sector que está sudando sangre por culpa del Covid-19.
Y es que Garzón todo lo que toca lo convierte en oro. Todo su currículum se mide por las veces que ha llamado “ciudadano Borbón” al Rey de España. Fíjense qué gran aportación a la humanidad en general y a este país en particular. Son como clases de apoyo para repetidores en cultura general republicana. Además, también se emplea con denuedo en ponderar dictaduras como las de Cuba o Venezuela. Sin embargo, es sorprendente que este tipo de comunistas de caviar luego veraneen en riberas capitalistas, como la Costa del Sol, y nunca se les ve viajar a Corea del Norte, Caracas o La Habana, a comprobar las bondades de regímenes sin “ciudadano Borbón” pero con élites políticas que viven a cuerpo de rey (con perdón, señor Garzón). Por no hablar de cómo conoce y cumple a la perfección eso de que una cosa es predicar y otra dar trigo, gracias al cinismo de su amigo Iglesias. Para este último, Vallecas fue el punto de salida para huir de todo lo que ponderaba como decente y bueno para la gente del pueblo. En cuanto tuvo oportunidad escupió esos principios como si le estuvieran ahogando y los arrumbó al olvido cuando el capitalismo de la abominable banca le dio una suculenta hipoteca para comprar el casoplón de Galapagar; y para nuestro hombre del pueblo y enterrador de Izquierda Unida, Garzón, su boda fue más pija y costosa que la que hubiera organizado Tamara Falcó. Pero ellos ¡sí pueden! mientras la gente les crea sus mentiras.
Mas entre todas las tropelías que ha firmado Alberto Garzón la más grave ha sido la cacería que practicó contra Izquierda Unida, para entregar los votos de esa izquierda decente y trabajadora a su amigo Iglesias. En noviembre de 2014 inició una operación para acabar con Ángel Pérez y toda la federación de IU en Madrid. Alguien contó entonces a gente del partido que Garzón “quiere vuestras cabezas colgadas en la Puerta del Sol”. No lo hizo físicamente, pero aniquiló políticamente a los que eran sus compañeros cuando las elecciones europeas arrojaron la irrupción, con 1,2 millones de votos, de Podemos, una peligrosísima vía de agua en la izquierda. Y, el hoy ministro-cuota, en lugar de apoyar a los que se habían dejado la vida por abrirse paso políticamente en la transición, se vendió (por un ministerio, al cabo de los años) a una formación populista, de tintes joseantonianos, como es Podemos.
Garzón se afanó entonces en encontrar vasos comunicantes entre el escándalo de las tarjetas black por los consejeros de Caja Madrid (entre ellos cuatro de IU) y no dudo en señalar a Ángel Pérez y Gregorio Gordo, dos históricos de IU, como responsables. No encontró esos vasos, pero para facilitar el asalto de Iglesias al feudo madrileño de IU, extendió la idea de que, aunque Pérez no tenía ninguna responsabilidad en ese escándalo (no así, por ejemplo, el padre de Ramón Espinar, entonces mandamás de Podemos), debía asumir una culpa que no le pertenecía. Lo que intentó, en puridad, era liquidar a la formación en Madrid, la más fuerte de España y una auténtica obsesión para el hoy ministro de Consumo.
Asesorado por su amigo Pablo Iglesias, conspiró para acabar con los dirigentes de IU, que era una manera de quedarse con sus votos. Ángel Pérez y Gregorio Gordo eran un obstáculo para el objetivo de la convergencia con Podemos. No cejó hasta que acabó políticamente con ellos. Diferente vara de medir a la laxitud que tuvo con IU en Andalucía, con claras implicaciones en los ERE. Pero los enemigos estaban en la palanca de poder de IU-Madrid. Curiosamente, Garzón ha intentado borrar que él estuvo presente en la comisión de Economía del Congreso cuando salió a Bolsa Bankia y no hizo nada por evitarlo. Ese gran escándalo del Gobierno del PP tuvo cómplices que hoy están muy calladitos. Pero sobre eso el ministro que quiere acabar con el Turismo en España ha echado toda la tierra de las playas de su Málaga de adopción, ya que nació en Logroño.
Así que en 2015 logró disolver la organización de IU-Madrid, en comunión con Pablo Iglesias y con Julio Anguita, y se convirtió en un adosado del líder de Podemos, que le debe haber finiquitado a una formación que llegó a convertirse en tercer partido de España y que reunía a equipos honrados, a obreros, tan lejos de las élites universitarias que han alimentado a Garzón e Iglesias.
De acuerdo totalmente