En solo 24 horas, el Gobierno de España pacta con PNV y Ciudadanos, dos partidos antagónicos, la ampliación de quince días al estado de alarma; firma con los herederos de ETA —la banda que mató hasta 800 españoles, entre ellos decenas de socialistas de los de entonces, de los que les dolía España—, la derogación de la reforma laboral de Mariano Rajoy; rectifica de madrugada y aclara que ese acuerdo solo afectará a los artículos más lesivos de esa reforma; y de buena mañana, su vicepresidente segundo, Pablo Iglesias, desautoriza al PSOE y reafirma que el acuerdo con los bilduetarras contempla la contrarreforma total de esa norma. ¿Hay quién dé más?

El documento con el anagrama del PSOE junto al de Bildu de anoche era un homenaje a la ignominia. Y no podía faltar la firma de Adriana Lastra, aquella que junto a Rafael Simancas protagonizó la fotografía de la vergüenza (que traicionaba a tantos muertos socialistas), cuando posaron con tres dirigentes de Bildu, los mismos que justifican todavía el terror que regó de sangre España durante treinta años. Y los mismos que acosaron hace dos días a la socialista vasca, Idoia Mendía, en su domicilio, vertiendo pintura roja sobre su puerta mientras Arnaldo Otegi callaba y no condenaba. Recuerdo ahora aquellas palabras de la madre de Joseba Pagazaurtundúa, el policía asesinado por los etarras, que le espetó hace unos años a Patxi López, otro socialista olvidadizo de aquellos años de plomo, aquello de “haréis cosas que nos helarán la sangre”. Cuánta razón tenía. 

Y todo ello en el contexto de una pandemia mortal, de la que todavía no hemos salido, y sobre cuya desescalada se siguen dando palos de ciego. Como demuestra la explicación inaudita que el doctor Simón dio ayer sobre el porqué el Ejecutivo desaconsejó las mascarillas al principio de la infección de la Covid-19 (cuando eran más necesarias) y hoy las exige en áreas públicas. Bien por exigirlas hoy, pero eso es prevenir después de infectar. Según el científico que dirige con Salvador Illa el Ministerio de Sanidad, entonces no las impusieron porque como no había para todos era mejor no estresar a la gente. Lástima que su preocupación no le forzara a comprarlas al principio de la pandemia en sitios fiables. Aun así, declaro mi respeto al epidemiólogo, una auténtica eminencia al que yo no resto ni un solo mérito, pero ¿cabe más improvisación, inseguridad e irresponsabilidad? Comprendo que ser vocero de este presidente que nos ha tocado lleva un coste, y este personaje se está gastando en política la fama que ganó en su vida profesional.

Bueno, sí cabe más improvisación. La de Pedro Sánchez, que ayer dijo en el Congreso que se calificaba a sí mismo con un notable (ya sabemos de dónde sale la idea de aprobar el curso a todos sin examen). Creo, sinceramente, que no nos merecemos esta clase política que, como ha vaticinado el presidente extremeño, Guillermo Fernández Vara, será barrida si no se corrige, después de esta catástrofe sanitaria. Y enfrente, hay una oposición fragmentada, con una ultraderecha aprovechándose del malestar ciudadano, pulsando las emociones de la gente, y sin una sola receta aplicable en el siglo XXI. La posición de Vox está polarizando tanto la escena política que deja poco margen al PP, que también arrostra sus propios fallos de estrategia para una oposición firme y constructiva. El resultado, la tierra quemada políticamente en la que vivimos. 

Tanto a Podemos como a Vox les interesa el frentismo en el que chapoteamos cada día. Los dos partidos populistas no hacen otra cosa que ordeñar votos al calor de la desesperación social y económica. Pero la irresponsabilidad también tiene grados. Y la del partido que cogobierna con el PSOE, Podemos, es infinitamente mayor. No de otra manera puede entenderse que nada menos que el vicepresidente segundo del Gobierno (cómo habremos llegado hasta esto) desafiara al presidente del Gobierno hace unas horas reafirmando que la contrarreforma laboral será total y no parcial. Claro que cualquier cosa puede esperarse de un Consejo de Ministros donde cohabitan gente tan solvente como la vicepresidenta Nadia Calviño, que sabe muy bien que en Europa no se va a admitir esa insensatez, y un antisistema, amigo de Bildu, atizador de escraches (cuando no le afectan a él, que para eso tiene a la Guardia Civil blindando su mansión de Galapagar) e ideólogo de la cacerolada contra el jefe del Estado (mientras rechaza que los ciudadanos hagan los mismo con el Gobierno nefasto que codirige).

Pero vendrá lo peor. Cuando todos abramos las puertas y ventanas y salgamos de la pandemia, por lo menos parcialmente, la hecatombe económica estará ahí, esperando. Y entonces, ya ahora, el Gobierno mirará a Europa, nuestra salvaguarda para salir del cataclismo social. Y en Europa, que ya avisó hace 48 horas que los Gobiernos no deben dejarse llevar por el populismo y el nacionalismo (Sánchez tiene el pleno al quince en esta materia), tomarán medidas rigurosas desde el punto de vista fiscal y nos obligarán a pagar lo que nos endeudemos. Pagar lo que se debe, un axioma al que los de Podemos y Bildu de turno tienen alergia. Como los proetarras, que ni siquiera han pedido perdón por los 800 asesinados y, aun conociendo datos para esclarecer 300 atentados que judicialmente no tienen culpable, no mueven ni un dedo para resolverlos, mientras les preocupa mucho los convenios laborales. Igual si hubieran tenido ese mismo apego por los trabajadores no hubieran matado a centenares de ellos. 

Pues eso, que si la Unión Europea no se fía de aquellos gobiernos a los que va a regar de dinero, decidirá que a cambio de las subvenciones a fondo perdido la dirección económica de nuestro país la llevará Bruselas. Es decir, seamos cristalinos: intervendrán España como lo hicieron con Portugal y Grecia. Un mal escenario, pero ¿qué puede salir mal con Sánchez de presidente, Iglesias de vicepresidente y los proetarras de costaleros?